El Rizo de la Muerte

PARTE I
Entre lágrimas de carbón y sonrisas a medias, transcurrían sus días y se alargaban las noches. No había sido fácil aceptar que era diferente. Cuando no alcanzaba aún la mayoría de edad, el mundo, su mundo, parecía haberle gastado una broma cruel, todo sería distinto, ella sería distinta.
Su reflejo, no correspondido ante los espejos, había dejado de gozar de la importancia desmesurada que parece tener para cualquier adolescente que se precie; su cabello lánguido y algo sucio cubría en parte su rostro, dejando visible apenas uno de sus ojos, rasgados y negros como la noche que para ella se había tornado en día. Su piel, blanca cual ser de pesadillas de ultratumba, insinuaba unas venas que carecían de sangre caliente que alimentara a su cuerpo, un cuerpo muerto en vida. De constitución lánguida y extremadamente huesuda se sentía prisionera de ella misma, había detenido su avance natural hacia la madurez, y posteriormente hacia el natural camino sin retorno. Los días se sucedían en penumbra y la luna, único astro reinante que apreciaría gustosa hasta el fin de sus protervos días, anunciaba que la hora de deambular sin rumbo, sin esperanzas, hambrienta y sola, comenzaba nuevamente.
Cuando la tristeza se apoderaba de su corazón vacío, solía deslizarse entre las sombras de la noche hasta lo que un día fue su hogar y observaba, a hurtadillas, temerosa de ser descubierta; a la mujer que le dio la vida y que hoy lloraba su pérdida. Su madre, demacrada sin duda por la falta de alimento y sueño, que no había de rondar la cincuentena, parecía haber roto un pacto con el mismísimo Satán que nunca existió. Desde la inexplicable desaparición de su benjamina, el tiempo se agolpaba en el rostro de una mujer triste y abatida, de una madre rota de dolor, de una mujer desesperada.
Si bien todo era nuevo y macabramente excitante, no era un idilio romántico entre la noche y el día con el lado más siniestro de la muerte, la vida de aquellos que fueron protagonistas del celuloide innumerables ocasiones, no era tan amablemente sencilla como la relataban las filmaciones, más o menos acertadas. Habitaban las noche, rehuían del día; rapiñaban alimentos cual animal carroñero, pues los ataques a humanos eran peligrosos y poco saciantes; la sensualidad que la literatura les otorgó por algún misterioso fetichismo, perdía todo su encanto al encontrarse agolpados en cuevas sombrías, de hedor pútrido mezcla de excrementos y la fetidez característica de la putrefacción de los escasos alimentos que sus organismos toleraba.
Aunque extrañaba el roce del sol en sus mejillas, los abrazos tiernos que sólo una madre puede brindar; no pasaba un día, o una noche, sin que en su mente el aroma a jazmín y a hierba fresca hiciera acto de presencia. Era la fragancia del verano en casa de sus abuelos, del domingo en el pequeño jardín que resguardaba lo que un día fue su casa, la esencia de la vida que había perdido pese a caminar en cuerpo, que no en alma, entre aquellos especímenes inconscientes de que quizás algún día correrían su misma suerte.

PARTE II
No era consciente de la maldición que había caído sobre ella. Condenada para la eternidad a vagar entre las tinieblas, sometida sus más bajos instintos de supervivencia, sentenciada a una vida (o una muerte) de soledad perpetua…
Con un café en la mano solía comenzar el día, o la noche mejor dicho, ya sabéis que en los vampiros lo del día y la noche está al revés. Era su ritual personal, quizás con más objeto de sentirse una persona normal, un ser humano; que con el propósito de desperezarse para comenzar de nuevo la jornada solitaria que le aguardaba. Solía caminar medio en sueños, realmente deseando que todo aquello se tratara de una horrible pesadilla, hacía la cafetería de la Gran Vía; siempre abierta, siempre vacía, siempre con olor a café.
Aritimi no se resignaba a convertirse en una hija más del legado de la Condesa Elizabeth de Batory; seguía teniendo un alma mortal, que si bien cada vez estaba menos presente en las decisiones que creía verse obligada a tomar para subsistir, seguía torturándola cuando ocasionalmente atacaba a algún pobre infeliz para saciar su constante sed de sangre. Aquella noche sabía que el remordimiento, la penitencia y el horror se entremezclarían en un alma torturada que ansiaba con más fuerza que la sangre que ya no recorría sus venas, atravesara una garganta sedienta.
Caminó durante horas indecisa. Hacía tiempo que el café había dejado de humear. La ciudad comenzaba a tornarse tenebrosa, más de lo habitual; y cual película de terror, el vaho humeante recorría los callejones y ensombrecía aún más el crepúsculo de la urbe. Sin saber cómo se halló a las puertas de una estación de metro cercana a la discoteca de moda de la ciudad, “Underground”.
Observó un instante el vaivén de gente que entraba y salía de aquel antro. Unas estrechas escaleras descendentes invitaban a entrar a un mundo desconocido y excitante para los adolescentes de aquella ciudad. Ambientado en un antiguo vagón de metro, algo siniestro, la música resonaba fuerte, impidiendo que cualquier súplica de auxilio fuera perceptible. Era el lugar perfecto.
Como una joven más descendió por las sinuosas escaleras envuelta por aquella satánica música. No había alcanzado el centro de la pista cuando su primera víctima cayó desplomada a sus pies. Los colmillos goteaban sangrientos a la par que dos pequeñas incisiones, que se advertían profundas, en el cuello de aquella joven, sangraban sutilmente. Nadie se percató. Avanzó unos pocos metros más y, rodeando el pecho de un joven, que parecía extasiado por aquel ambiente que prometía un terror controlado, inclinó su cabeza, abrió la boca e hincó sus afilados colmillos nuevamente en una yugular joven, tierna. Succionó con toda la fuerza que pudo hasta que sintió como se paraba el corazón de aquel muchacho. La sangre recorría su rostro, sus ojos se habían tornado a un rojo sangriento, pero nadie parecía alarmado. La maniobra se repitió media docena de veces más, hasta que el alba amenazaba con alzarse.
Aquella noche sació su sed, acalló su alma por siempre, y comprendió que la transición se había culminado.
PARTE III
Sin demasiado esfuerzo, era capaz de recordar a la perfección la fatídica noche en la que todo cambió, del mismo modo que esa noche todo se había vuelto irreversible. Si hoy su alma inmortal había desaparecido irremediablemente; dieciocho meses atrás, el camino hacia el oculto abismo de las pesadillas reales, se cruzó en el sendero de una vida que más nunca volvería a serlo.
Todo ocurrió pasando quince minutos de la hora bruja. Se encontraba de regreso a casa tras una tarde de risas que se había prolongado más allá de la hora de cenar, desembocando en una copa rápida en el recién inaugurado “Underground”. En su mente, el miedo se apoderaba de ella al imaginarse que el último metro hubiera salido ya del andén, por suerte sus padres se encontraban de viaje fuera de la cuidad celebrando un nuevo año de vida en común. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al cruzar por delante de un vagabundo poco amistoso, que desde la lejanía venía dedicándole improperios varios; si bien podía haberse dirigido a la boca de metro por la calle contigua, así evitando a aquel inquietante desconocido, las prisas y la inconsciencia típica de la juventud, mezcladas con una soberbia propia de Aritimi, le empujaron a no variar el recorrido. Unos metros más y estaré fumando un cigarro mientras el metro decide aparecer, se repetía para desterrar de su quinqué cualquier ápice de temor. Se sintió a salvo al comenzar a descender los primeros peldaños que habían de conducirle al andén, donde como cada vez que se veía obligada a esperar el metro con la noche avanzada, se situaría cerca de la garita de control, con el claro objetivo de minimizar el riesgo de ataque a mujeres jóvenes que últimamente se había triplicado misteriosamente; pero cuando su pie derecho se encontraba indeciso entre el cuarto y el quinto peldaño, alguien le agarró con brusquedad del brazo obligándola, casi llevándola en volandas, a retroceder. Forcejeo con todas sus fuerzas, gritó histéricamente, pataleó… hasta que aquel desconocido le tapó la boca con la otra mano, inclinándole a su vez la cabeza hacia atrás con tal brusquedad que pensó que le rompería el cuello. Segundos después un dolor punzante en el cuello le indicó que aún seguía viva; la sangre comenzó a abrasarle por dentro, se sentía arder, hasta que se desvaneció.
No sabría decir con exactitud cuánto tiempo tardó en recuperar la consciencia, pero lo que nunca podrá borrar de su atormentada, y cada vez menos humana, memoria es aquello sabor a sangre y hierro que sintió en la boca. En un principió supuso que su agresor debió golpearla y romperle alguna pieza de la dentadura, pero tras un rápido reconocimiento con su lengua, se percató de que todos los dientes se conservaban intactos. Más tarde intentó ponerse en pie, un olor pútrido contaminaba el aire que la envolvía y desesperadamente buscaba aire fresco… nuevamente el terror se apoderó de ella al creerse enterrada viva, pues varios kilos presionaban contra el suelo su cuerpo dolorido, sacando fuerzas de donde no habría de haberlas, consiguió escapar de aquel amasijo de basuras que hubiese sido su tumba de haberse prolongado algo más su inconsciencia. Observó estupefacta que lo que a priori imaginó una fosa realmente no era más que un contenedor volcado sobre ella. Un dolor que le resultaba familiar comenzó a trepar por su pierna, y al mirársela se la descubrió calcinada, prácticamente el hueso era lo único reconocible de aquella pierna que milagrosamente a medida que pasaba el tiempo, parecía curarse al mismo tiempo en el que el dolor remitía. La noche estaba cerrada y sin saber dónde estaba ni la hora que podría ser, se dirigió cojeando a la cabina más cercana que halló en las cercanías.
Al emprender en camino hacia aquel teléfono público se percató de que un curioso rastro de dinero parecía comenzar en su bolsillo trasero del pantalón. Temerosa y con los nervios a flor de piel, metió la mano y rebuscó entre lo que Aritimi imaginaba papeles; incrédula observaba su mano repleta de billetes de 500 €. No podía creerlo, aquel vagabundo borracho la había atacado en mitad de la noche, enterrado entre un montón de basura, quemado la pierna y ¿regalado miles de euros? Nada tenía sentido.
Consiguió alcanzar el teléfono y marcó el número de casa de sus padres. A medida que les explicaba, entre sollozos y suspiros de alivio porque aquella pesadilla estuviera llegando a su fin, observó que su pierna estaba casi curada por completo.
Este escalofriante recuerdo de su conversión en una criatura de la noche la perseguía y torturaba a diario; fue la última vez que vio a sus padres. Desde aquel momento tuvo que huir para proteger a la que un día fue su familia; tuvo que huir con su nueva familia para protegerse. Ahora era consciente de que un nuevo macabro recuerdo se apoderaría de su mente, pero ya no sentiría remordimiento por alimentarse, añoranza de la familia humana que abandonó, la impotencia que sintió tiempo atrás por ser un monstruo sanguinario incapaz de controlarse… ya no sentiría nada más allá de un desmesurado instinto animal, un hambre insaciable y un metálico sabor a sangre en su boca sedienta. Ya no era humana, jamás volvería a serlo. El ciclo había finalizado.
PARTE IV
Evolucionaba a mayor velocidad de lo normal, los colmillos ya despuntaban altaneros en una boca sedienta constantemente, no había sangre suficiente en el mundo que saciara su inagotable apetito; los remordimientos que en un principio sintió al arrebatar la vida a aquellos infelices mortales, que disfrutaban de una vida que ella siempre aborreció, habían desaparecido. Las enseñanzas de Mugrill, aquel desconocido que la atacó cuando se creyó segura, condenándola a una vida de no muerta, tendrían que ceder paso a las de un nuevo tutor de mayor grado. Aritimi parecía destinada a suceder a la que todos llamaban Manman.
Manman no era una diosa ni un demonio, no era creadora ni simiente de caos, lo era todo sin ser nada. Manman no era vista bajo el influjo de la luna ni caminando con el ardiente sol. Manman, considerada la más poderosa de los vampiros de la era moderna, era discreta, bella, dulce, sanguinaria, ruin y severa; nadie osaba a cruzar la mirada con ella, a preguntar el porqué de su voluntario encierro, a cuestionar sus decisiones…
Aritimi jamás había visto a aquella legendaria heroína de los que el celuloide bautizó como descendientes de Vlad IV el Emperador; la curiosidad, lógica en una joven que murió, o mejor dicho, dejó de vivir, siendo una adolescente; comenzaba a hacer mella en su espíritu, originando situaciones incómodas, peligrosas y demasiado atrevidas; preguntas que no debían ser pronunciadas, repuestas que nadie se aventuraba a pronunciar, cuestiones que dormían en lo más profundo de cada uno de los presentes de la cueva, salían a borbotones de sus labios.
En el lapso de tiempo que el día se tornó noche, mero instante en el que Manman se dignaba a deambular por las calles de la cuidad, a la vista de todos los que la veneraban sin comprender el motivo de su devoción; se dirigió a la pizpireta Aritimi y, rodeándola con un brazo pálido cual losa de yeso, la instigó a acompañarla. Los ojos de los presentes parecían querer atravesar a aquella muchacha que conseguía así el favor y la aprobación de quién siempre desaprobó y rechazó a quienes osaron despuntar con tanta premura como ella. Aritimi, lejos de sentir el nerviosismo propio de la situación, la incógnita de un futuro que pudiera terminar en ese mismo instante, se mostraba tranquila y confiada; curiosa.
Dos horas caminaron, dos horas de expectante envidia, dos horas de conversaciones banales.
A su regreso, Manman convocó a los vampiros de alto nivel a una asamblea sin precedentes; Aritimi seguía sus pasos. Las preguntas que nadie debía pronunciar rondaban la mente compartida de todos, la envidia se palpaba en el ambiente; la vida de Aritimi corría peligro. Encerrados en la bóveda principal; cubierta con pieles de cientos de animales, repleta de estalactitas goteantes y con un apestoso, pero a su vez embriagador, hedor a muerte y caos; uno a uno comenzaron a tomar asiento. La discípula de Mugrill, de pie junto a la puerta, observaba atónita los semblantes de quienes allí se encontraban; fue en ese instante cuando se vio incapaz de leer, en la mente colectiva que todos los convertidos compartían, los pensamientos que les rondaban; sólo uno, su mentor, mantenía el canal abierto, tranquilizando a la joven, prometiéndole algo de lo que no estaba seguro que pudiera cumplir: tranquila, todo saldrá bien; estás a salvo.
Cuando la tensión era máxima y algunos comenzaban a afilar sus colmillos, dispuestos sin duda a alimentarse de la que osó preguntar lo que no debía, Manman apareció. Todos, impacientes, hambrientos, esperaban la orden para atacar. Comenzó a hablar, los nervios aumentaban, Aritimi se aferraba a la mano temblorosa de Mugrill; el fin estaba cerca.
- Aritimi, ven. – Dijo la esclava de la noche y las estrellas, extendiendo su mano y alcanzando a una joven, asustada, más pálida que de costumbre, nerviosa ante la incertidumbre de su destino, ante el fin del mismo.
- Aritimi – prosiguió – has demostrado dones que nuestra comunidad no veía desde que yo misma fui convertida hace más de quinientos años. Tú curiosidad y frescura son una brisa de aire fresco a la que no estamos acostumbrados, una brisa que se escapa a nuestro control, una brisa que no siempre ha de ser del agrado de todos… Pero estoy cansada… la soledad hace mella en un espíritu que desea descansar… Es hora de ceder el mando, y serás tú…
- NO, mi señora – Interrumpió la anciana Wilkin.
- …serás tú quien designe a mi sucesor- Continuó Manman mientras se encaminaba al encuentro de Wilkin, se detuvo un instante frente a ella y con la uña de su dedo meñique le seccionó la yugular.
- Será un honor, mi señora – Agachando la cabeza a modo de respetuosa reverencia contestó una relajada joven, comenzando a examinar una a una las mentes de los asistentes.
Todos, con lógica convicción, estaban seguros de quién sería el electo de la joven; cualquiera de los presentes hubieran designado a su propio mentor con el fin de optar a un trato de favor del líder; todos estaban convencidos de que Mugrill sería el elegido, todos menos el propio Mugrill, el único que conocía realmente a su pupila, el que se encargó de inculcarle el valor y la sabiduría necesarias para enfrentarse a ésta, y a cualquier otra situación, con elegante templanza.
Los nervios de todos los vampiros jefe comenzaban a sentirse en el ambiente; alguno, presa del pánico, inconscientemente, desbloqueó la mente permitiéndole leer y analizar cada uno de los pensamientos que compartían… finalmente habló:
- No ha de ser Mugrill quién ocupe el trono, le necesito a mi lado. Los gemelos ansían con tal furia el poder que nos conducirían hacia el fin sin remedio. Wilkin no debió hablar, hubiese sido una digna líder… La duda llena mi mente al tener que decidir entre Blasser y su dulce esposa Suplima... Suplima, que porta en su vientre un bastardo, medio humano, es una vil maestra de la mentira y el engaño, su sed insaciable podría compararse a la que un día ahogó el control de la propia Manman; su mandato hubiese sido digno y justo, lástima que haya de morir a las manos de su propio esposo por mancillar un lecho que no debe ser descubierto por humano alguno. Mi sincera enhorabuena al reciente viudo, Blasser tú has de ser quién nos gobierne.
La sorpresa y el odio se apoderaron del nuevo líder, que reconociendo el Sakre (código que desde la antigüedad regía a los no muertos), en las palabras de la joven, se abalanzó sobre la que fue su esposa en vida y que continuó siéndolo tras la transformación, acabando con la deshonra de portar un mestizo en sus entrañas.
Manman posó su mano sobre Aritimi, y con un gesto de aprobación, inclinó su cabeza, ofreciéndole la corona que ahora debía ocupar Blasser, elegido sabia y consecuentemente. Se disponía a partir de lo que fue su hogar durante varios centenarios cuando una última advertencia consternó al consejo.
- Tres "vampiro jefe" no son suficientes, seis han de ser, seis siempre fueron, seis siempre serán. Y así, entre la bruma desapareció Manman.
Sin saber demasiado bien si era agradecimiento o simple consecuencia por haber demostrado conocimientos más que suficientes para ocupar el cargo de los que debieron partir hacia más allá de la muerte, Blasser nombró a Aritimi como digna consejera, nueva mentora y la más joven vampiro jefe que la parte siniestra de la historia de la humanidad jamás hubo conocido. Sólo un puesto habría de quedar vacante en el círculo… sólo un merecedor de suceder a su esposa habría de ocuparlo… uno sólo era digno, uno que habría de encontrar entre los cientos de esclavos de la noche que habitaban en las cuevas.
PARTE V
Pese a saber desde un principio que no sería el elegido, por la gran educación que le había inculcado, Mugrill no podía dejar de sentir la decepción en lo más profundo de lo que un día fue su alma. Como todos los vampiros jefes, máxime aquellos que llevaban en dicho puesto más de un centenario, en su cabeza se cavilaban múltiples planes de mejoras y modernización para mimetizarse más con los que un día debían ser su alimento o su familia. Las enseñanzas que inculcó a Aritimi desde que el oráculo le designara como mentor, quedaban obsoletas ya ante el potencial de la joven, que si bien formaría parte de la corte más siniestra del inframundo, aún debía evolucionar y continuar formándose como iniciada. Sentimientos encontrados reinaban en un corazón muerto, por un lado deseaba continuar instruyendo a la joven, que había demostrado un potencial insólito, por otra parte la longanimidad de haber sido superado por el alumno le apesadumbraba.
Las reformas de Blasser no se hicieron esperar, decisiones que no fueron del agrado de todos, pero que todos aceptaron de buen grado por temor a las represalias. Si Manman fue una líder tradicional y justa, Blasser introdujo novedades partidistas en las cacerías, el alimento e incluso el alojamiento de los habitantes de la cueva.
En un principio no existía el día o la noche, la muerte o la vida, el amor o el odio. En un principio el lecho de piedra de la madre roca fue el mejor de los reposos (…) Desde un principio reinó la madre, fruto de la vida y la muerte; desde un principio reinó la madre con sabiduría e igualdad; una madre impoluta que habrá de designar seis del círculo. Un hombre no ha de reinar solo, una madre siempre hubo y siempre ha de haber. Así fue en un principio y así habrá de serlo” enunciaba el Sakre en sus primeros capítulos, interpretándose desde la antigüedad como una profecía pendiente que se aventuraba a relatar el gobierno absoluto de los vampiros sobre la tierra, así como manifestaba que quienes deban servir de ejemplo y ser dignos del sumo poder, habrán de padecer, durmiendo en el frío manto de la dura roca madre. Blasser parecía tener una nueva interpretación del texto sagrado.
Con astucia y falta de respeto a las tradiciones, fue trastocando todo lo que hubo de ser sagrado. Si desde el comienzo de los tiempos, a menor rango mayor comodidad en el lecho, el nuevo padre de la cueva, redactó nuevas leyes que contra ello atentaban. Desde su coronación durmió plácido entre decenas de concubinas que amén de satisfacer sus más bajos instintos, servían de colchón que aislara su huesudo y pálido cuerpo de la roca madre que siempre se consideró sacra. Excusando aquella falta, con la búsqueda de la madre que habría de acompañarle en el mandato, una a una, las más jóvenes del lugar, fueron yaciendo junto al hipócrita líder. Pasado no más de medio año desde su coronación, todas hubieron de deleitar a Blasser con los más variados juegos sexuales; todas menos una, Aritimi.
En aquellos seis meses Aritimi se había consagrado como vampiro jefe, ya poseía más poder de lo que antiguos como Blasser pudieran desear. A su cargo docenas de iniciados se encaminaban hacia la edad adulta; sanguinarios y sin escrúpulos, asediaban a los descuidados que se aventuraban a deambular a solas por la oscuridad de la noche. Como maestra no tenía igual, como asesina no había quién se comparase, como jefa, savia y justa. Sin duda la que habría de haber ocupado el trono de Manman. Entre lección y lección, olisqueaba las almas de sus discípulos en busca de lo que todo buen vampiro jefe hubiera de poseer, anhelaba completar el círculo; sin ser los seis que siempre fueron, la mente y la fuerza colectiva de todos se hallaba debilitada, y ella era consciente de que no era el momento de permitirse ser débiles.
Cierto día, cuando se encontraba inmersa en la lección de transformaciones animales, una fuerza conocida, una chispa vital familiar, apuñaló su corazón… Su hermana, Laicame, había sido convertida y decidida avanzaba por la gruta maloliente. Quiso correr a abrazarla, a intentar salvarla de aquel fatídico destino, a colmarla de besos… sin embargo permaneció quieta, fría, como si alguien más poderosa que ella, más poderosa que el propio padre, hubiera entrado en su mente obligándola a permanecer inmóvil. “¿Manman?” pensó dubitativa, quién sino poseía tal poder. La sola idea de que Manman, la misma que un día perdonó su insolencia, hubiera convertido a su hermana menor, la hacía enloquecer de ira. Paralizada, acallada, permaneció durante varias horas; finalmente el castigo pareció levantársele y se lanzó en la búsqueda de Laicame, a la cual finalmente halló retozando en el lecho del padre. La mirada lasciva de Blasser traspasó sus ojos, invitándola a unirse al incesto que allí tenía lugar; era cierto que las relaciones incestuosas no eran mal vistas entre los no muertos, puesto que eran todos hermanos, pero aquello sobrepasaba sus límites de cordura y de la poca ética que había de mostrar; girándose rauda, envolviéndose con la capa carmesí que la cubría por completo, no tanto por respeto como por esconder la repulsión de su mirada, desapareció.
Tres días pasó Laicame en los aposentos del padre. Tres días oró Aritimi por el alma perdida de su hermana. Tres días de masacre atemorizaron al pueblo cercano. Tres días de alimento antes de la nueva luna nueva. Tres días de aprovisionamiento antes de la ceremonia final en la que la madre sería elegida.
La luna se alzó llena aquella noche de martes, todo estaba preparado y ansiosos, observaban a Blasser ascender a la roca sagrada para proclamar a su compañera de liderazgo. Las dudas eran muchas, candidatas había cientos.
- La luna ha anunciado el momento, momento en el que debo elegir a mi compañera de viaje, la que aplaque mi ira y razone con sabiduría, que cumpla y aplique el Sakre; pura y valiente, dulce y severa, savia y fuerte. Muchas han probado mi lecho, ninguna se ha negado; una, solo una, reveló su carácter venciendo la tentación y el miedo; ella, Aritimi, ha de ser quien reine a mi vera. Su fuerza y sabiduría guiará a un pueblo perdido mientras yo preparo la batalla.
El asombro que habría de cubrir la sala no hizo acto de presencia, todos esperaban aquella decisión, quizás la única expresada con coherencia desde que la corona comenzó a reposar sobre sus hombros.
- Todos hemos de renunciar a algo para ser dignos del poder supremo. Hace no demasiado mi esposa hubo de ser mi sacrificio por mancillar nuestro hogar con sangre viva. Hoy no ha de recaer sobre mí la responsabilidad de elegir su sacrificio. Una nueva hermana se unió hace no demasiado a nuestra familia, una mujer que hoy es nuestra hermana pero que en vida lo fue de Aritimi; aún no es más que una concubina iniciada, sin voluntad propia, sin sed de sangre… dos caminos puede recorrer a manos de la nueva madre, ella ha de decidir: la muerte en cuerpo y alma, la conversión y la unión definitiva a quien la mordió.
Las lágrimas mortales brotaron de los ojos inmortales de Aritimi. Podía condenar a su hermana a una vida de no muerta o hincarle el colmillo desangrándolo frente a su pueblo.
- Mi amo, una hermana nunca ha de ser sacrificada, que nuestra vida sea su regalo y su castigo. Dijo Aritimi mientras ascendía hacia la roca sagrada para unirse a su nuevo esposo.
PARTE VI
Los meses transcurrían y Aritimi no hallaba forma alguna de acercarse a su hermana, Laicame, sin comprometer la seguridad de ambas; los ojos de Blasser parecían clavarse en su nuca y la sensación de impotencia, al ver a su hermana arrastrada a tan desesperanzador futuro eterno, cada vez era más pesada. Se sintió incapaz de acabar con su sufrimiento cuando tuvo la oportunidad, condenándola a una vida de no muerta.
            El matrimonio no se había consumado, siguiendo la ancestral tradición marcada por el Sakre, posiblemente la única que Blasser parecía dispuesto a respetar, habrían de esperar tres lunas más antes de unirse en el lecho, fundiendo así lo que un día fueron sus almas, sus cuerpos y su mente. Aritimi era consciente de que el tiempo se agotaba, cuando yacieran en el mismo tálamo se reunirían como un mismo ser, un mismo pensamiento, una misma consciencia; todo lo que fue desaparecerá al consumar el acto, no volviendo a ser un único ente hasta el fin del mandato, perdurando más allá de la muerte.
            Las sanguinarias cazas se sucedían y todos los iniciados, ansiosos, aguardaban el momento del primer mordisco. Laicame estaba sedienta, confusa por el anhelo de saborear sangre humana deslizándose por su garganta, emocionada, asustada… ávida del poder que otorga la potestad de decidir sobre la vida y la muerte.
            Con la bruma de la ciudad como aliada y la noche como escudo, un nuevo elenco de vampiros se lanzó a las calles para alimentarse: al mando Mugrill, dirigiendo y defendiendo a media docena de iniciados en su primera cacería. El “Underground” fue la primera parada. Mugrill y Laicame descendieron las escaleras ocultándose entre el tumulto adolescente, los demás, ocultos en la parada de metro que había a escasos metros, aguardaban expectantes. Sin mediar palabra, se dirigieron hacia los servicios de caballeros, aguardaron en la puerta y observaron el trajín constante de muchachos ebrios; era primordial seleccionar un espécimen sabroso para que se desvirgara. Un joven alto, extremadamente alto, atlético pero no fuerte, de cabello largo y barba descuidada, fue el elegido. Con un imperceptible movimiento de cabeza Mugrill se lo indicó e instigó a Laicame a pasar a la acción. Desahogándose en el urinario se encontraba aquel inconsciente cuando Laicame se le abalanzó por detrás, atravesándole la yugular con unos colmillos que habían permanecido escondidos hasta aquel momento. El sabor salado de la sangre caliente del joven comenzó a calmar el feroz apetito de la muchacha, que extasiada, no parecía dispuesta a perdonarle la vida, y continuaba succionando insistentemente. Con la sangre aún recorriendo el interior de su garganta, y tras dejar caer el cadáver de su primera víctima contra el suelo, salió de los servicios, con la boca ensangrentada y la mirada perdida. Abandonaron el local instantes antes de que un histérico grito advirtiera que un hombre había sido atacado violentamente en los lavabos.
            Continuó en silencio varias manzanas, una mezcla de sentimientos dispares se agolpaban en su mente; el apetito se había calmado y la conciencia humana muerto.
            Uno a uno, el resto de sus compañeros repitió la operación en diferentes locales nocturnos con Mugrill como guía. Una última visita, a una panadería cercana, para que el propio Mugrill se saciara y retornaron a casa, llenos, satisfechos y algo perdidos.
            A su regreso, los ojos de Laicame no eran cándidos e inocentes, la sangre había inundado su mirada y el odio se gestaba en su interior. Un odio hacia los humanos que sólo determinados vampiros, normalmente aquellos destinados a vivir en solitario por su agresividad, llegaban a sentir; la mayoría de las sanguijuelas que habitan la noche, no odia al ser humano, se alimenta de él por supervivencia, no es más que una presa más, una presa especialmente sabrosa. Mugrill y Aritimi no fueron los únicos en notar tan siniestro y repentino cambio, Blasser, cuya reacción al primer mordisco fue demasiado similar a la que ahora experimentaba la joven, pese a que consiguió controlar su instinto asesino y evolucionar como sabio vampiro, se sentía tremendamente atraído por la energía de la muchacha.
            Percatándose del riesgo de que permaneciera un solo día más, o una noche, en aquella cueva sombría, Aritimi se decidió, armándose de valor, para hablar con su hermana y advertirle del peligro del poder. La buscó por cada uno de los rincones de la cueva, a su paso, excrementos varios y centenares de animales en descomposición, pero ni una noticia de Laicame. Tres días y tres noches anduvo buscándola y al inicio del cuarto día, poco antes del amanecer, apareció, medio abrasada, por la entrada principal.
            Tres días más estuvo dormida. Aritimi sentía que el tiempo se agotaba.
            Por fin recuperó la consciencia y entre llantos histéricos y alaridos de dolor comenzó a relatar todo lo sucedido en los tres días anteriores:
- Hace tres días, sólo tres días que se me han antojado tres siglos, me marché a la ciudad en busca de nuevas presas; me creí preparada para cazar en solitario… Llegué al “Underground” y me dispuse a entrar cuando una sensación punzante en la sien me paralizó completamente, un dolor tan intenso como el que originó en mí esta macabra transformación satánica.
- Tranquila Laicame, descansa. Interrumpió Aritimi al contemplar como el semblante de su hermana se deterioraba a medida que la narración avanzaba.
- No, he de advertiros. - Dijo todo lo enérgica y severa que pudo. – He de advertiros de que saben de nuestra existencia, al menos parte de ellos.
El pánico se apoderó de los presentes, mientras continuaba con el relato:
- No soy totalmente consciente del tiempo que permanecí inmóvil, si hablé, actué… no lo recuerdo. Finalmente hice fuerzas de flaqueza y conseguí volver a dirigir mi cuerpo y a gobernar mi mente. Decidida me encaminé al callejón que cruza el Parque Este, cercano a lo que un día fue mi casa. A mitad de la callejuela tres muchachos me cercaron, supongo que planeaban atracarme, violarme o, quizás, ambas cosas. Pensé que el banquete había sido servido en bandeja.
En aquel instante, se escuchaba salivar hambrientos a los asistentes; la propia Aritimi, que realmente estaba alterada y preocupada por la situación, sin duda trágica, que había vivido su madre, sentía una gran necesidad de alimentarse al imaginar a aquellos tres jóvenes y el banquete que podría darse con ellos.
- Me dispuse a atacar cuando de nuevo aquel dolor punzante me paralizó. Sentí como abusaban de mí por turnos, inmóvil, incapaz de reaccionar, de gritar, de suplicar auxilio, de huir o de pelear. Uno a uno me violaron, insultándome y golpeándome, quemándome con cigarrillos en partes del cuerpo que no habrían de conocer el dolor…
Las lágrimas ahogaron sus palabras y la compasión de los desalmados sustituyó a la salivación y excitación de instantes anteriores. Aritimi corrió a consolarla pero Blasser la agarró del brazo impidiéndole aquella maniobra, síntoma de debilidad. Aritimi que conocía a la perfección la tradición, las costumbres y la importancia de que los líderes fueran fuertes y respetados, sintió nuevamente como la impotencia recorría todo su cuerpo a modo de escalofrío.
- Continúa, es vital. Dijo Blasser mientras observaba con placer la pesadilla que vivían ambas hermanas.
- Desperté entre llamas algo después, había amanecido y mi cuerpo, inerte, supongo que imaginaron que había muerto al no encontrarme el pulso y sentir mi gélida piel, estaba en medio del Parque Este. Corrí lo más rápido que pude a refugiarme en la alcantarilla del callejón, sin percatarme hasta mi llegada a la oscuridad de la hemorragia que brotaba de mi entrepierna; me habían desgarrado completamente, pero ya no sentía dolor.
De nuevo, la visión de sangre, indiferentemente de cuál fuera su origen, propició el apetito de todo el clan, que comenzaban a ver a Laicame como una presa fácil, más allá de un linaje común o una supuesta hermandad. Ajena a ello, continuaba relatando su tragedia:
- Deambulé sin rumbo durante horas, por las cloacas infectas de la ciudad, hambrienta, herida y desorientada. Los rayos de sol que se colaban por las rendijas de las trampillas, los mismos que me habían abrasado casi hasta matarme, comenzaban a escasear, anunciándome que la noche estaba cerca. Poco a poca la sangre dejó de correr y las heridas comenzaban a mejorar. Estaba desfallecida, llevaba demasiado sin alimentarme. Tan débil como me sentía, era incapaz de cazar nada más allá de una miserable rata, demasiado escasa y repulsiva para alimentarme; recordé que en la noche de mi transformación desperté cubierta de dinero, un dinero del que no supe procedencia ni objeto, pero que me permitiría ingerir algo. Salí de aquel agujero y me dispuse a comprar algo de alimento humano, que si bien no me saciaría, me serviría para subsistir hasta mi regreso; y allí, en el 24 H escuché a los tres muchachos que me atacaron horas antes, riendo orgulloso de haber esterilizado y matado a un vampiro… ¡SABÍAN LO QUE ERA! ¡SABÍAN LO QUE ERA! ¡SABÍAN LO QUE ERA! ¡SABÍAN LO QUE ERA! – Comenzó a repetir histérica mientras el caos reinaba en la cueva.
- Se percataron de mi presencia y me apresaron nuevamente… soy incapaz de recordar nada más hasta hace un par de horas, cuando sin saber cómo, me encontré de nuevo a salvo, en casa, con mis hermanos, con vosotros.
Blasser ordenó su incomunicación, temeroso de que de alguna forma extraña, hubiera accedido a colaborar con los humanos para localizar al resto del clan a cambio de su vida. Todos tenían prohibida la entrada a la celda, sin excepción. Aritimi, quizás la única que conservaba algo de la humanidad que le fue un día arrebatada, temía por su vida, la del clan y la de su hermana. En decenas de ocasiones intentó comunicarse con ella, siempre fracasó, el mismo Blasser custodiaba día y noche la entrada a la celda.
El momento de la unión definitiva estaba cerca, con ello el sacrificio de un iniciado para bendecir a la nueva pareja. La certeza de quién habría de ser se convertía en una certeza a cada segundo que pasaba. Aritimi debería entregarse a Blasser y Laicame sería quién saciara su hambre tras el coito. La idea de devorar a su hermana la atormentaba, no obstante era consciente de que no podría contenerse.
Suplicando a su esposo, con lágrimas de ira y no de compasión como hizo creer, consiguió una visita con la reclusa. Intentó animarla a su huida, una huida que se había convertido en la única salida para salvar su vida; estéril, incapaz de cazar, no era útil más que como alimento. Treinta minutos le fueron concedidos, media hora en la que rieron como cuando fueron niñas, media hora de complicidad ajena a la situación desgarradora que vivían, media hora en la que se sintieron humanas, media hora en la que planearon cómo escapar.

PARTE VII




El plan era sencillo, cuando el sol comenzara a despuntar entre las montañas y los guardianes se dispusieran a conciliar el sueño, a hurtadillas, silenciosamente, se deslizarían por las grutas subterráneas que cruzaban la cueva y que muy pocos conocían, ni siquiera el mismo Blasser sabía de su existencia.
El tiempo se agotaba, apenas dos días separaban a Aritimi de una unión poco apetecible para ella, a Laicame de una muerte segura disfrazada de justicia de ultratumba, a Blasser de poseer a su esposa y coronarse soberano absoluto de los no muertos.
El sol comenzaba a esconderse tímido en el horizonte, ignorando lo que en aquella gruta oscura se planeaba; era el día del juicio, el momento en el que Laicame debería defenderse por conservar su vida eterna.
El ajetreo y la concurrencia anormalmente numerosa al litigio, presagiaba el veredicto.
Como si de un tribunal humano se tratara, a la derecha Laicame, a la izquierda Mugrill como un fiscal poco creíble, en el estrado, de juez supuestamente imparcial, el propio Blasser.
Sin demasiado nerviosismo, confiada en que aquella misma noche, mejor dicho día, sucediera lo que sucediera, alcanzaría la libertad de la mano de su hermana, Laicame comenzó a narrar su experiencia:
- No sabría por dónde comenzar, hay tanto que contar y poco tiempo para ser contado… Supongo que enlazar con los desvaríos del día de mi regreso sería lo más lógico. Ya fue contada como me torturaron, creyéndome muerta, como se ensañaron conmigo con el único fin, de arrebatarme una vida que, incomprensiblemente, sabían que duraría algo más de lo normal. También relaté cómo regresé aquí, a mi hogar, junto a los míos, junto a vosotros; o al menos lo que recordaba.

- Laicame – interrumpió Mugrill - ¿No es cierto que se te advirtió de los peligros de cazar sola? Sabes que has puesto en grave riesgo a toda la comunidad, que nuestro anonimato es nuestra única defensa… ¿eres consciente de todo ello?

- Reconozco mi error y mi culpa, aceptaré el castigo que sea impuesto; pero creo que debe tenerse en cuenta, que no sólo mis habilidades estuvieron mermadas por falta de alimento o preparación, tenían algún sistema, un dispositivo, que anulaba por completo mi voluntad, infligiéndome un dolor tal que ninguno de vosotros hubiera soportado con facilidad…

- ¿Pones en duda las capacidades de tus hermanos, de tu líder?- Interrumpió irritado Blasser.


- Mi Señor, jamás pondría sus extraordinarias capacidades en tela de juicio – Continuó Laicame demostrando una falsa lealtad y sumisión - soy totalmente conocedora de las tremendas capacidades que posees, si alguno de nosotros hubiera podido vencerles, sin duda hubieras sido tú. Únicamente intentó narrar, con la cabeza fría, evitando los histerismos de hace unos días, mi vivencia, y advertiros de que algo inventado por el hombre, consigue doblegarnos haciéndonos débiles, pero permitiéndonos mantener la conciencia para experimentar cada ápice de dolor que nos inflijan; yo lo vi, yo lo viví.

Los murmullos invadieron la sala y el nerviosismo era palpable en todos los asistentes, que comenzaban a cuestionarse la valía de la joven y la necesidad de mantenerla con vida, para así prevenirse contra aquel nuevo arma, que juzgaban peligrosa.

- ¿Podrías describirnos cómo era, cómo funcionaba? – Dijo Mugrill en su papel de fiscal.

- No era más grande de un tradicional mando de garaje, no emite sonido, no desprende olor, es indetectable… Cuando sientes su poder, un dolor punzante que comienza en la sien y recorre todo tu cuerpo, nada hay qué hacer…

La noche avanzaba y el juicio parecía estancado, Laicame, consciente de que su vida pendía de un hilo, no parecía dispuesta a colaborar gratuitamente. Aritimi, que compartía un estrecho vinculo con su hermana, que había perdurado más allá de la transformación, comprendía a la perfección las intenciones de Laicame, cómo salvaguardaba su integridad, como retrasaba lo inevitable hasta la huida.
- ¿Serías capaz de reproducirlo? ¿De indicarnos un aspecto más exacto, de advertirnos a tiempo en nuestras cacerías si esa sensación que escribes se repitiera?

- No. – Respondió rotundamente Laicame. – Si está cerca, estás acabado.

- También nos has comentado que utilizaste parte del dinero, dinero sagrado, para alimentarte, podrías decirnos quién te lo entregó, ¿cómo llegó a tu poder? – Siguió Mugrill con el interrogatorio.

- En primer lugar no he tenido noticias de que fuera sagrado hasta el momento, simplemente lo utilicé para salvar mi vida. La noche en la que me atacaron, cuando aún era humana, y sentí como dos punzones se clavaban con fuerza en mi cuello, creí que un sádico me arrebataba la vida; pasaron horas o días, no lo sé, y desperté, cubierta de harapos viejo, malolientes, y con la blusa repleta de dinero. Dinero de curso legal… por lo que debe haber sido consagrado hace poco tiempo… - Dijo irónicamente con una sonrisa, cuanto menos poco apropiada teniendo en cuenta su situación, en los labios.

- El dinero del que hablas jocosamente, es un bien de la comunidad. Todos en mayor o menor medida, recibimos parte de esos bienes en el momento de comenzar nuestra metamorfosis, dependiendo de nuestra futura valía, recibimos una parte u otra. Quién te transformó a ti fue Manman, la antigua líder que nos gobernó con sabiduría durante siglos… no comprendo por qué te entregó ni un solo céntimo… ¡Has sido nuestra desgracias! – Gritó enfurecido Balsser, que comenzaba a percatarse del juego de la joven.

- No puedes indicarnos cómo actúa, cuál es ese extraño poder que le atribuyes, te burlas de nuestras tradiciones, recibes dádivas que no demuestras merecer; ¿y aún así pretendes que te perdonemos la vida? – Reflexiono el anciano Mugrill.

- Nadie va a ser perdonado, nadie merece el perdón. Mañana tendrá lugar mi enlace con la bella Aritimi y tú, sangre de su sangre, saciarás mi apetito. El Sakre así lo ordena, nosotros así lo cumpliremos. – Dictaminó en líder, mientras desaparecía dejando sumidos en la duda a los asistentes, aterrorizada a Laicame y llena de ira homicida a Aritimi.

PARTE VIII

Sin derramar una sola lágrima, como ya se había convertido en una costumbre en ella, Aritimi observó, aparentemente con frialdad, como su hermana era conducida de nuevo al calabozo; una celda repugnante ya de por sí que amén, podía convertirse en su tumba de ultratumba. Mientras su cabeza maquinaba a velocidad vertiginosa el modo más seguro de huir, su rostro permanecía inmutable al tiempo que Blasser aferraba con fuerza su mano sin saber demasiado bien si por amor, nerviosismo o simple prudencia.
Aquella mañana parecía imposible escapar del lugar, los preparativos de la boda tenían a todos revolucionados, ansiaban que la unión se consagrase, que Laicame sucumbiera y que Aritimi se convirtiera en una reina capaz de aplacar la ira de su rey. Ambas hermanas eran conscientes de los riesgos, participes de la huida y temerosas de las consecuencias; no podían evitar evocar a su mente aquellas disputas inocentes de niñas que una vez tuvieron y que hoy parecían estar dispersas en el tiempo, la humanidad quedaba tan lejos que comenzaban a plantearse que todo hubiera sido un sueño y no hubiera más vida que la pesadilla en la que ahora vivían. Aprovechando un descuido de la guardia, Aritimi consiguió llegar hasta la jaula en la que Laicame permanecía cautiva, agarró dos barrotes con fuerza y haciendo un esfuerzo sobrehumano (o “sobrevampírico”) consiguió desencajarlos regalándole a su hermana la esperanza de una, cada vez más cercana, libertad. Quisieron abrazarse, estrecharse entre unos brazos fríos que recobraban el calor al sentirse protegidas una en los de la otra, pero la presión del momento, el peligro inminente que les acecharía a cada instante hasta que alcanzaran las grutas subterráneas, rondaba sus mentes manteniéndolas en un estado de alerta constante.
Había sido sencillo, quizás demasiado sencillo, que justamente aquel día, en el que el ajetreo era máximo en las cuevas, un guardia desobedeciendo las órdenes explícitas de Blasser, hubiera descuidado un instante la puerta que enjaulaba a Laicame, permitiéndole una huida cómodo incluso sin ayuda, una salida fácil a una muerte segura, una escapatoria y una oportunidad. Corrieron cautelosamente, parecían deslizarse por el suelo, sin hacer ápice de ruido para no ser descubiertas; raudas pero precavidas se toparon con un ejército mayor del que imaginaron en sus planes de huida, al menos treinta vampiros las aguardaban a la entrada de unas grutas que presupusieron que nadie conocía y que, a la vista estaba, no eran precisamente un secreto bien guardado. Sin nada que perder tras estar condenadas a una eternidad muertas, se arrojaron ferozmente contra ellos; Aritimi, que había demostrado en varias ocasiones su ferocidad en el combate, fue derribándolos uno a uno, abriendo paso a una Laicame que parecía paralizada por el terror. La sangre emanaba de los cuellos decapitados de los guardianes, las extremidades volaban por toda la estancia, Aritimi disfrutaba con aquello, se ensañaba torturando a los guardias, regodeándose en cada golpe rápido y mortal. Cuando no habían de quedar más de una docena de fornidos guardianes del líder, Aritimi cesó el ataqué, juntó sus manos al estilo marcial asiático, uniendo sus palmas de las manos y ofreciéndole las puntas de los dedos a un sol que sabía que jamás volvería a ver, agachó la cabeza en señal de respeto y una mueca sonrientemente maquiavélica vaticinó que una nueva embestida iba a comenzar. Grácil y ligera, como si las leyes de la gravedad hubieran olvidado su cometido, pareció flotar por aquella sala húmeda y oscura degollando a cuantos no fueron lo suficientemente cautos de huir en busca de ayuda; la velocidad de la joven futura reina era tal que las cabezas continuaban palpitantes, casi podría decirse que conscientes, unos segundos antes de caer finalmente ensangrentadas al suelo. Uno tras otro fue aniquilando con fría ira a todos los insensatos que osaron enfrentarse e interponerse en su camino. Cuando el último cayó al suelo exánime, impasible, agarró con delicadeza pero firmeza la mano de su hermana, intentando transmitirle tranquilidad, lo cual, como es de suponer, fue del todo imposible; Laicame temblaba, estaba petrificada sin saber demasiado bien si el pánico que sentía era por los captores o por la frialdad sanguinaria de su propia hermana, que había arrebatado la vida a tres decenas de quienes un día fueron hombres sin dudar un instante.
No habían avanzado más de diez metros cuando Blasser apareció de la nada; ataviado de gala, con una mano tras la espalda y un negro y largo abrigo arrastrando por el suelo, caminó despacio hacia las hermanas que se quedaron inmóviles. Aritimi comenzó a sentir una sensación dolorosa a la que había oído describir a Laicame en el juicio, el dolor le impedía moverse, proteger a su hermana que continuaba paralizada por el terror; quiso gritarle que corriera, pero en pocos instantes se encontraba retorciéndose de dolor en el suelo, incapaz de articular palabra alguna, hasta que finalmente cayó inconsciente.
Despertó horas después ataviada con el traje nupcial, con la boca chorreante sangre y con un histérico ataque de pánico al desconocer el paradero de su hermana. Recorrió tambaleante la habitación, intentando alcanzar una puerta que parecía alejarse de ella cada vez más y más; entre las sombras vislumbró una silueta borrosa que le resultaba familiar, pero que no reconoció hasta que la silueta al fin habló:
- Aritimi, querida, futura esposa mía, tu aventura ha costado la vida de mis más fieros guardianes pero, he de suponer que al tenerte como reina, no habré de necesitar más protección que la tuya. Tu arrojo en la lucha ha demostrado que no erré en mi elección, serás una buena esposa, serás la mejor reina.
- ¿Tú? ¿Qué me hiciste? ¿Qué escondes tras de ti? – Dijo con un hilo de voz Aritimi.
- ¿Esto? – Contestó con tono guasón Blasser mientras abría la mano que había mantenido oculta tras su espalda y mostró aquello que Laicame atribuyó a los humanos. - ¿Te refieres a esto querida? Es una lástima que tu hermana decidiera salir a cazar en solitario mientras mis esbirros habían subido a la superficie para entregárselo a Manman… una lástima.
- ¿Manman? ¿Qué tiene ella que ver? ¿Qué… QUÉ ESTÁ PASANDO?
- Es sencillo mi reina, en colonia somos fuertes, en solitario un manjar para “otros depredadores”. Desconocíamos, al menos yo, que causara tal dolor en nuestros congéneres… Desde muy antiguo nuestra tecnología avanzó más rápido que la humana, ideamos un artefacto, éste que ahora ves, capaz de inhibir a los adversarios por completo, dejándolos inconscientes para huir y ponernos a salvo; creímos que era inocuo contra nosotros pero Laicame nos mostró que no… Cuando un líder abandona la manada recibe el inhibidor, esa noche iba a ser entregado a Manman pero apareció tu querida hermana sola y al verla sola e indefensa quisieron pasar un buen rato con ella y sin querer, entre el frenesí del momento, alguien lo presionó interfiriendo en su voluntad… una lástima.
- ¿POR ESO LA ABANDONARON? ¿POR ESO LA VIOLARON Y QUEMARON? – Gritó furiosa Aritimi con los ojos llenos de lágrimas.
- Querida tu hermana es una hermosa hembra, como tú misma, puedo pedir a mis lacayos que respeten a mi reina, pero no a todas las hembras del clan… Sólo querían gozar con ella como yo mismo hice en su momento, pero al verla convulsionar, se asustaron y creyeron mejor obrar así…Casi matan a la hermana de la futura reina ¿te imaginas las consecuencias?
- Sí… tú eres el inconsciente que no conoce la magnitud de mi ira. – Murmuró entre dientes Aritimi. - ¿Por qué la condena de muerte en tal caso?
- Sólo el líder debe conocer de su existencia, sólo el líder; ni siquiera los mensajeros sabían que llevaban, acatan órdenes, no preguntan; por desgracia tu hermana habló demasiado, debía ser silenciada.- Dijo mientras acariciaba las mejillas de su futura esposa casi con ternura. - Ahora que sé que puedo doblegarte al pulsar un botón – continuó mientras la compasión desapareció de nuevo de su rostro – espero que muestres más respeto hacia tu maestro, tu líder, tu esposo. – Giró sobre sus pies y se encaminó hacia la puerta con parsimoniosa lentitud. – Sécate las lágrimas, nos esperan para comenzar la ceremonia y mi banquete está listo – Dijo mientras sonreía y casi se relamía al pensar en copular con la bella Aritimi tras el ritual y, más aún si cabía, al imaginar la deliciosa sangre de Laicame fluyendo por su sedienta garganta.
- Prefiero morir que mostrarte respeto, prefiero morir que no luchar por la vida de mi hermana, prefiero morir que…
- No olvides Aritimi – Le interrumpió con severidad Blasser – que ya estamos muertos, tus padres, por el contrario, no – Concluyó mientras le mostraba una fotografía de sus padres visitando las tumbas de unas hijas que creían muertas y que, de algún modo, así era.
Envuelta en una mar de lágrimas e indecisiones terminó de acicalarse para dirigirse a un altar que a su parecer, se asemejaba más a un matadero que cualquier otra cosa.
La ceremonia transcurrió sin percances, para Aritimi fue una tortura demasiado corta, pues consciente de que se uniría irremediablemente a aquel monstruo entre los monstruos hubiera dado su reino por unos segundos más para urdir alguna treta que librara a su hermana de aquel fatídico destino. Incapaz de elegir entre unos padres y una fraterna, se descubrió a sí misma en el lecho con el baboso líder que con un lamentable alarido indicaba que la copula había finalizado. Inmóvil, prácticamente exánime, Aritimi comenzó a sentir como la secreción de Blasser invadía su cuerpo y comenzaba a mezclarse con su propia fría sangre. Inmersa en aquel trance, alcanzó a ver entre sombras, a su hermana Laicame por última vez mientras Blasser le hincaba los colmillos en la yugular y le ofrecía la muñeca derecha para calmar su sed. Al tiempo que Laicame cayó muerta al suelo, Aritimi perdió la consciencia y quizás, para siempre, su voluntad.


PARTE IX
Durmió más tiempo del que una mente es capaz de calcular y despertó desorientada, hambrienta y llena de ira; una ira asesina implacable que sólo es comprensible para aquel que pierde a su hermano a manos de un monstruo antinatural, un ser que debía ser exterminado, un ser que encontraría en la muerte su único descanso, un ente que tenía las horas contadas.
Se levantó sigilosamente. Yacía sola en el repugnante lecho, manchado de sangre y semen, con olor a muerte y a aquel ser que debía llamar esposo. De pie, frente a la puerta, permaneció inmóvil durante unos instantes, deseando sin duda, que no se tratara más que de una pesadilla. El rugido de sus tripas la devolvió a la realidad; estaba famélica pero no se debía a ello aquel soniquete, pronto recordó, pronto comprendió.
Agarró el pomo de la puerta, pringoso, repleto de restos de los que desconocía la procedencia y que prefería desconocer, y lo giró enérgicamente. No había dado más de dos pasos cuando el asesino de su hermana, apareció de la nada frente a ella.
- ¿Ahora te dedicas a hacer trucos de magia, querido esposo mío?- Dijo llena de resentimiento, sin tratar de disimular el desprecio que despertaba en ella.
- Estaba preocupado… has permanecido adormecida más tiempo del que imaginé. Te he alimentado… os he alimentado, pero supongo que deberás estar ansiosa por llevarte algo a la boca.
- ¿Nos has alimentado?- Dijo Aritimi recelosa – No quiero saber cómo ni de quién… pero… ¿nos?
Sin mediar palabra, giró sobre sus propios pies y comenzó a caminar. Sin comprender demasiado bien nada, Aritimi le siguió; su olor le atraía y repugnaba de igual manera. Sabía perfectamente hacia dónde se dirigían, conocía bien el camino que llevaba a las mazmorras. El recuerdo de la breve y sanguinaria huida junto a su hermana martilleaba en su memoria a cada paso; la escuchaba gritar horrorizada, sentía su presencia… pero ya no estaba y no volvería a estarlo. Observó que los barrotes que arrancó en aquella ocasión, habían sido reparados. Continuaron su andadura hasta la última mazmorra, donde un bebé humano, un niño rosado de poco más de cuatro meses, berreaba incesante; ante aquellos gritos sus entrañas se removieron de nuevo. Entraron a la polvorienta celda; media docena de cadáveres alfombraba la estancia. Al fondo, una tísica muchacha que le recordaba a lo que ella fue hacía ya demasiado tiempo, acunaba incansable al pequeño. Al verlos sus ojos se llenaron de temor y rabia, Aritimi conocía bien esa sensación.
- Los estaba reservando para vosotros, mi reina. – Dijo Blasser mientras con un desaire con su brazo derecho los señalaba a modo de ofrecimiento, como aquel que ofrece el mejor de los banquetes.
- Debes estar loco… no pienso alimentarme de un bebé.
- ¿Ni siquiera para mantener vivo al que llevas en tus entrañas? – Sonrió Blasser creyendo que Aritimi no podría negarse en tal caso.
- ¡NO! – Gritó furiosa al tiempo que se abalanzaba sobre él, mordiéndole en la yugular ferozmente y succionándole con rabia hasta la última gota de sangre.
Con los colmillos ensangrentados sintió como el corazón de Blasser dejaba de latir. El bebé berreaba con más fuerza, la muchacha le acunaba histérica, sin saber demasiado bien lo que les aguardaría ahora el destino. Aritimi avanzó hacia ellos tranquila, sosegada, con una mirada insólitamente humana en los ojos de una no muerta; extendió los brazos y la joven le dio al pequeño, convencida de que no le causaría ningún mal.
- Esto va a dolerte. Es la única forma que tengo de sacaros con vida de aquí. La única forma de que sobrevivamos los tres… los cuatro. – Dijo mientras se acariciaba el vientre.
La joven asintió sin mediar palabra casi al tiempo que Aritimi la golpeaba brutalmente haciéndola volar por toda la estancia. Cayó inconsciente a sus pies, con una brecha en la frente y multitud de arañazos y contusiones a lo largo del cuerpo.
Cargada, al hombro derecho con la muchacha y con el brazo izquierdo con el niño, salió de la mazmorra pisoteando el cuerpo inerte del que, por un breve espacio de tiempo, fue su esposo. Anduvo durante varios minutos antes de toparse con alguien, la luna estaba llena, el cielo despejado, y la alta luminosidad de la noche despejada, había conseguido que las grutas quedaran casi vacías, nadie quería perder la oportunidad que la tenebrosidad nocturna brindaba para cazar. Ninguno de cuantos se topó a su paso pareció extrañarse de las compañías que cargaba, parecían más sorprendidos por el mero hecho de verla en pie; sin embargo era la reina, nadie se aventuraba a preguntar, nadie le mantenía la mirada, nadie se interpondría en su paso.
Creyó que lograría su objetivo, por fin sería libre como planeó serlo con Laicame; por fin abandonaría un mundo que nunca eligió, que no respetaba. Tres pasos, tres pasos más, tres pasos más y seremos libres, comenzó a repetirse mentalmente al observar ante ella la salida.
- Aritimi, ¿qué has hecho?
Escuchó a su espalda, el tono de voz era demasiado familiar como para ignorarlo, y al girarse…
- La… La… Laicame… - titubeo – pero… tú estás muerta, yo me alimenté de ti, yo te vi caer… Estás muerta… Blasser te desangró…
- No puedes matar a un lobo con un simple mordisco – Dijo la resucitada Laicame mientras le guiñaba un ojo con la complicidad que sólo dos hermanas tienen.


PARTE X

Incapaz de seguir sosteniendo el peso muerto de la joven inconsciente que cargaba sobre su hombro, la dejó caer a la polvorienta tierra que alfombraba la cueva; aún sostenía al bebé en su regazo cuando hincó ambas rodillas en el suelo, con la mirada fija en la hermana que creyó muerta por segunda vez, impasible al trasiego de los cazadores que comenzaban a regresar, incrédula, asustada y, por primera vez, demostrando una debilidad que había permanecido oculta desde su transformación.
La cabeza de la muchacha golpeó sonoramente contra la roca y la sangre comenzó a brotar de la brecha que tan tremendo golpe le había originado. El olor salado del rojo elemento, que siempre había provocado en ella una lucha interna entre repugnancia y supervivencia, comenzó a recorrer sus fosas nasales; cuando quiso darse cuenta los colmillos comenzaban a despuntar y creía saborearla ya por su garganta. Al tiempo que Aritimi, embriaga por aquel olor, comenzaba a maniobrar para alimentarse de aquella a la que juró ayuda, ésta parecía despertarse. Una ágil y certera maniobra, con una velocidad de la que nunca había gozado, permitió a Laicame recoger del suelo a la inocente instantes antes de que el feroz apetito de su hermana le arrebatara la vida.
La muchacha abrió momentáneamente los ojos para caer desvanecida nuevamente, en esta ocasión sin duda por el shock de verse en volandas de un híbrido monstruosos que zigzagueaba velozmente, impulsándose con las patas traseras, de una pared a otra de la cueva, ante la atenta mirada de Aritimi. Antes de poder reaccionar, se vio a sí misma, persiguiendo a su transformada hermana, que corría ágilmente cargada con la víctima inocente, que aún permanecía inconsciente. La rapidez de Laicame hacía que para Aritimi fuera imposible darle alcance sin transformarse. Un deseo nuevo de venganza, hacia su propia hermana, surgió de lo más profundo de su inmortal alma (si es que aún la tenía); y desplegando unas alas que hasta entonces habían permanecido ocultas, se elevó hasta darles caza, se abalanzó sobre ella y, derribándola, dejó a Laicame y a su protegida, aturdidas, indefensas y magulladas en el suelo.
Permaneció de pie junto a su hermana, maldiciéndose por haberla atacado, sin entender nada; hasta que finalmente ésta se incorporó.
- Aritimi, hermana. Después de todo lo que estás viviendo, lo que he de contarte es más difícil de entender que de creer.- Comenzó a hablar Laicame mientras recuperaba su tamaño normal y el pelo y los colmillos desaparecían. - ¿De niña, alguna vez enfermaste?¿Me viste enferma a mí?
Aritimi negó con la cabeza.
No te preguntas por qué aquel artefacto, el inhibidor que me dejó indefensa y medio muerta, sólo me afectaba a mí…
- A nosotras… - Interrumpió Laicame – Blasser lo empleó también contra mí, para someterme. Pero…
- ¿Ahora me vas a decir, tú, una no muerta, que no crees en licántropos? Hermana, cuántas novelas de vampiros leimos de niñas, en cuántas aparecen relacionadas estas criaturas de ultratumba…
- Espera Laicame, me estás diciendo, que somos hombres lobo.
- Mujeres, hermana, mujeres lobo.
- Pero… ¿cómo? – Dijo Aritimi que cada vez entendía menos aquella situación en la que su vida parecía convertirse en una novela de terror del siglo XVI.
- ¡Me da la sensación de que me paso media “vida” explicándotelo todo! Somos licántropos desde que nacimos. Papá es el pequeño se sus hermanos, ¿verdad?¿Recuerdas cuántos hermanos son?
- Siete – Respondió sin comprender la relación.
- ¡Exacto! Siete hijos varones. Según el folklore de los países del sur de Europa, el séptimo de los vástagos será hombre lobo… y por lo visto, es cierto. Cuando Blasser creyó matarme, no contó con el poder de recuperación de un licántropo; no tuve más que esperar a que se deshicieran de mi cuerpo y comer algo para recuperar mis fuerzas.
- Entonces, yo… tú… papá… ¿todos lobizones?
- Sí, y yo juré que os mataría. – Se escuchó sentenciar a una voz, familiarmente siniestra, proveniente de la oscuridad del bosque.
PARTE XI
El viento silenció la sentencia, haciendo pasar inadvertida la amenaza que resoplaba clandestina en la oscuridad.
Las horas pasaban lentas, los pensamientos se agolpaban en la mente de la confusa Aritimi, el sol comenzaba a despuntar en el horizonte, el niño berreaba hambriento. Todos estaban hambrientos.
-Necesitamos alimento, necesitamos refugio, necesitamos un plan. – Dijo Aritimi. – Sé dónde alimentarme y refugiarme, sé dónde estaría a salvo, considerada diosa… también sé que vosotros no saldríais con vida de allí. – Prosiguió tras una larga paisa dramática, dirigiendo la mirada hacia la joven temblorosa que acunaba, casi compulsivamente, al bebé.
-No podemos regresar; a ellos los devorarían, sabes que las cacerías son excasas; a mí me sacrificrían, he de estar muerta a sus ojos; tú futuro es incierto hermana, Blasser no era un líder carismática, pero sí su líder… y tú… tú lo mataste.
Sin mediar palabra, Aritimi retrocedió sobre los pasos que horas atrás la habían alejado de la cueva dejando tras de sí una masacre ensangrentada de cadáveres desmembrados y decapitados. Laicame inició la marcha tras su hermana, lentamente, dudosa de que aquella fuera la única opción; nerviosa visiblemente, farfullando entre dientes alguna oración que había aprendido de niña, viendo como la certeza de una muerte segura, se acercaba a cada paso. La mujer permaneció inmóvil unos minutos y, repentinamente, comenzó a correr desesperadamente tras aquellos monstruos que les habían salvado la vida.
-Aritimi – Dijo Laicame con un tono sueve y tranquilizador- el sol aún no ha despertado del todo… podíamos buscar refugio y…
- ¿Morir de hambre? ¿No lo entiendes? Necesito alimentarme, no puedo controlar mi ansia, mira lo que estuve a punto de hacer con él – gritó histéricamente la asesina de Blasser, mientras las lágrimas amenazaban con abandonar las cuencas de sus ojos y deslizarse por las mejillas. - ¡Soy un vampiro! ¡Necesito sangre! Podemos escondernos y morir de hambre o morir en la lucha contra ellos.
El silencio inundó el bosque. Aritimi reemprendió la marcha secándose con rabia el goteo constante que su congoja transformaba en llanto.
A medida que el sol se alzaba, la hora se acercaba. Llegaron a las inmediaciones de la cueva, donde los centinelas vigilan y aseguran un descanso confortable a todos los habitantes. Permanecieron escondidas tras unos matorrales, observando como uno a uno de los que debían haberse convertido en su nueva familia regresaban a la guarida; algunos aún chorreaban sangre de sus colmillos, otros portaban enormes bultos patalenates a las espaldas, sin duda nuevos prisioneros humanos. Los rayos de sol, cada vez más poderosos, empezaban a quemar la pálida piel de Aritimi, era el momento, las puertas se cerraban y la noche cedía el terreno al día.
Segura y capaz, con aire altanero, Aritimi se dirigió hacia uno de los guardianes que estaba agazapado en una pequeña abertura en uno de los laterales de la entrada principal. El dolor del sol abrasando su piel, precipitó sus pasos y, casi corriendo, se abalanzó sobre el joven vampiro que cayó inmediatamente muerto a sus pies. Ansiosamente le hincó los colmillos, suplicando por una gota de sangre… sin duda aquel no muerto estaba tan famélico como ella misma; una mísera gota fue lo que obtuvo de él. Nada más que un tentempié y un dulzón sabor en la punta de su lengua.
Escuchó como unos pasos se acercaban a ella, sin duda debía ser el relevo, el tiempo parecía haberse detenido para ella y, al observar la altura del astro rey, se percató de que el medio día era cercano. El hambre, la rabia y el miedo, la habían bloqueado. No sabía cuánto tiempo llevaba estrujando el cuerpo sin vida de aquel no muerto en busca de una sangre que sabía que no encontraría. Giró su cuello y distinguió, entre los arbustos, a la temblorosa muchacha que tapaba con su mano la boca del bebé; con los ojos llenos de vida y temor, suplicándole ayuda en silencio con la mirada. Su instinto la alentaba a saciar su sed, los sentimientos a los que renunció involuntariamente tras la conversión, a protegerla, si fuera necesario, con su propia vida. Un bullicio, proveniente del interior, la despertó de sus reflexiones. Con las últimas fuerzas que le quedaban, debido a la inanición, se dirigió a la entrada principal; casi arrollándola, un bulto salió despedido de la oscuridad.
-¡Come y entra a ayudarme! – Se escuchó gritar a la voz de Laicame.
Sin pedir explicaciones, a sabiendas de que arrebataría la vida a aquel hombre de mediana edad, Aritimi lo recogió del suelo y raudamente, sin notar apenas el dolor del día, lo llevó al interior de la gruta que le había servido de salvaguarda en las últimas horas. Ansiosa, le hundió los colmillos en la yugular. “Debe pesar unos noventa kilos… será un buen festín” pensaba la famélica criatura, mitad hombre lobo, mitad vampiro, mientras succionaba con fuerza.
No fueron más de un par de minutos lo que tardó en reducir a un saco de huesos y piel a aquel orondo caballero de mediana edad. Con nuevas fuerzas, más rabiosa que nunca y odiando a todos los que habitaban el lugar por haberla convertido en una chupasangre desalmada, entró en la cueva. Se detuvo en la puerta, aguantando el padecimiento de su espalda envuelta en llamas por el sol de medio día; un grito desgarrador anunció lo que allí acontecería. El caos paró. Todos se giraron hacia Aritimi y la confusión, de ver a la que era su reina, con los ojos inyectados en sangre, las venas del cuello palpitantes, los colmillos relucientemente afilados, envuelta en llamas y entonando una melodía equiparable a las trompetas de los jinetes del apocalipsis, era demasiado para un rebaño que se encontraba sin pastor. Hubo quién corrió a pedir auxilio a la viuda de Blasser y halló en ella la muerte segura.
El olor a sangre impregnó la roca madre de la cueva, las cabezas decapitadas alfombraban el camino, los cuerpos extintos de quienes habían muerto hacía demasiado ardían en el exterior… la matanza, la venganza, continuaba.
Mientras Laicame, encaramada a las estalactitas del techo, se abalanzaba por sorpresa sobre los, cada vez más escasos, vampiros que continuaban con vida; Aritimi registraba minuciosamente cada uno de los recovecos, cada una de las celdas, cada calabozo, en busca de venganza.
Las mazmorras estaban repletas de pobres mortales. Unos hubieran tenido el privilegio de servirles como alimento, otros, los menos afortunados, habrían acabado convertidos y condenados a una eternidad de sangre, oscuridad y muerte. Los liberó, advirtiéndoles de que corrieran, si se cruzaban con ella en alguna otra ocasión, morirían “Soy un vampiro, me alimento de sangre. Vuestra muerte, es mi vida” entonaba, a modo de oración exculpatoria de los pecados que había cometido y los que cometería. Cuando se disponía a liberar a los últimos humanos que permanecían cautivos, en la celda que un día albergó a su propia hermana, Mugrill agarró su mano helado con fuerza. Sin reparar en que era su mentor, Aritimi lo arrojó contra la punzante piedra con brutalidad. La sangre del consejero comenzó a brotar de su cabeza; Aritimi reconocía el olor, suave, dulce y salado, de color rojo intenso… sin duda la sangre que había alimentado a Mugrill era de un niño, de un lactante; un manjar y una aberración, que excitaba y repugnaba a Aritimi de igual modo. Por un instante, el lado humano, si es que aún tenía un ápice de humanidad, de Aritimi se apoderó de ella, y la impotente rabia de saber que aquella criatura se había saciado con la sangre de un inocente indefenso, la empujó a terminar con su vida. Cuando los colmillos de Aritimi se encajaron en la muñeca y casi paladeaba el carmesí néctar, Laicame volvió a arrebatarle una víctima de los labios.
-Lo necesitaremos con vida… Debe explicarnos muchas cosas.
-Bien, marchémonos, aquí no queda más qué hacer. –Sentenció Aritimi mientras arrancaba los barrotes de aquella celda por segunda vez. – ¡Corred! Y si alguna noche me veis… ¡HUID!
Satisfechas, con la venganza cumplida, agotadas y juntas, salieron de la cueva. La noche comenzaba, el mundo era suyo y las dudas y las preguntas se agolpaban en sus cabezas. Aritimi arrastraba un saco de esparto, ensangrentado, en el cual estaba el inconsciente Mugrill. Laicame ayudaba a la muchacha que continuaba tapando con fuerza la boca del infante.
-Mañana os acompañaré a casa, busquemos dónde descansar…esta noche estaréis a salvo… ya ha cenado.-Bromeó Laicame mientras dirigía la mirada hacia su hermana; aunque, sin duda, no surtió el efecto tranquilizador que ella había imaginado en la aterrorizada humana que comenzó a acunar, de nuevo de modo compulsivo, al pequeñuelo hambriento.-Bueno, primero buscaré algo para que cenemos los demás.- Concretó con tono amable y tranquilizador mientras arropaba a la joven con su brazo.
















7 comentarios:

  1. Sangre... muerte... vampiros... y estos encima no brillan a lo purpurina ni bailan y cantan canciones!! yuju!! :D

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  2. Eso de brillar a la luz del día en vez de achicharrase... no lo acabo de entender.
    Es como si drácula se volviera loco por las patatas con "Alioli"!
    ;-)

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  3. cuéntalo a los crepuscu-freaks... de hecho que sepan todos ellos que en ese sentido hasta Brácula es una película más seria... y mira que ver a Chiquito de vampiro tiene tela..

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  4. La Stephenie Meyer nacional!

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  5. ¡Dios te oiga! ¡Ya firmaba yo con tener la mitad de su éxito!
    Muchísimas gracias ;-)

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  6. ¿De vacaciones S. Meyer?

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  7. ;-) La verdad es que sí que he estado de vacaciones sí, además Aritimi debía pensar mucho en la situación comprometida que le habíais puesto con las respuestas de la encuesta... pero ya hemos vuelto. Espero que os guste la nueva entrega, ¡y ya van ocho!
    Muchas gracias.

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