Otros relatos breves


DECISIONES DIFÍCILES
Con un paso tras otro, sin prisa pero sin pausa, se abrió camino en el mundo, un mundo difícil, un mundo que distaba mucho del recuerdo que ella tenía en su mente. Todo era confuso y extrañamente inquietante, aquellos a los que creyó conocer, ignoraban sus palabras; los desconocidos, prestaban atención a sus relatos; el coma, la había transportado a otra época, a otra realidad, donde nada era los que parecía y donde el aparentar era más poderoso que el ser.
Al despertarse del profundo sueño en el que se había sumido meses atrás, se descubrió a sí misma en una sombría habitación de hospital, sola, olvidada por el universo. La confusión cedió paso al terror, un pánico inconsciente y pueril que se instauró en lo más profundo de su alma al imaginarse abandonada por todos aquellos que un día proclamaron quererla, nada quedaba ya de aquellas palabras, nadie quedaba para pronunciarlas; y así, tambaleándose por la debilidad que arrastraba y por la congoja de enfrentarse a una realidad desconocida,  se puso en pie y comenzó a recorrer el viejo hospital.
Como si de una película de terror se tratara, nada encontró en su andadura, nadie que le explicará el porqué de la situación. Estaba sola, a solas con el terror de no comprender las circunstancias que habrían originado aquella situación desconcertante.
Continuó andando por la ciudad durante horas, sola. Cuando quiso darse cuenta había abandonado los límites de la misma, pero por más que caminaba la nada seguía siendo su única compañía. No podría precisarse con certeza cuanto hubo de caminar hasta que finalmente se topó con la civilización que creía recordar. Una ciudad industrial parecía albergar los únicos indicios de vida humana en varios kilómetros a la redonda, en medio de la nada aquello, un todo  para ella, una prisión para los que la habitaban.
Pasaron horas hasta que finalmente reconoció entre el tumulto a su hermano, el mismo que había permanecido con ella en momentos difíciles, el mismo que prometió estar a su lado siempre, el mismo que la había abandonado en el viejo hospital, dejándola sola e indefensa, rompiendo la promesa que jamás creyó que rompería. Corrió hacía él alegre, deseosa de estrecharle entre sus brazos, con los ojos cubiertos de lágrimas por la emoción, una emoción que dejó paso al dolor más intenso y la incomprensión absoluta cuando llegó frente a él y negó que la conociera. No comprendía nada, se sentía más sola que nunca. La situación se sucedió con diversos familiares, todos negaban su parentesco.
Deshecha en lágrimas continuó su camino hasta alejarse de aquel lugar extraño; se volvió una vez más con los ojos vidriosos y leyó el cartel que anunciaba la ciudad: Bienvenido a Villamentira; aparente, no sea.
Un periódico arrojado a la cuneta, le informó de lo acaecido: poco después de su accidente el mundo tembló, se dividió y hubo de tomarse partido. Dos grandes ciudades emergieron de aquel brusco terremoto, una ya la había visitado, Villamentira, donde primaba la imagen a la persona, donde estaban dispuestos a creer cualquier sucia mentira con tal de obviar una realidad que pudiera hacerles daño y que sin embargo, los habitantes de aquella urbe, se encargaban de envenenar para conseguir un supuesto poder o estatus social; en el otro extremo del mundo había sido creada Claropolis, la antítesis de la ciudad en la que se había sentido repudiada.
Pasó la vida caminando, intentando llegar a lo que ella imaginaba un paraíso terrenal o, al menos, una sociedad similar a la que recordaba. Pasó la vida caminando para alcanzar su destino… y murió en el camino. No se arrepintió de su viaje, no maldijo haber abandonado la ciudad de las apariencias renunciando así a una vida cómoda y vacía. Murió sola, olvidada por medio mundo, con el corazón repleto de esperanzas y sueños, de alegría y de verdad, convencida de que en ocasiones, más vale estar solo que mal acompañado.

EL CONDUCTO DEL DOLOR
          Un dolor punzante donde la espalda pierde su buen nombre, le avisó de que la pesadilla comenzaba de nuevo. Nerviosa, incrédula, se observó durante un instante ante el espejo y comenzó a llorar; era tal el pánico que le producía aquella sensación, que las lágrimas recorrían raudas su rostro sudoroso y pálido.

          Sabía lo que debía hacer, lo sabía; pero ¿quién desea padecer pudiendo mitigar el dolor? No, nuevamente se escondería, disimularía ante los demás, calmaría su calvario con sonrisas y mentiras, todo lo que fuera necesario antes de hacer lo que realmente debía.

          Cada noche, la hora de acostarse, parecía no llegar nunca, aplazaba el momento de empiltrarse con cualquier pretexto; sabía que ocho horas de sufrimiento se acercaban al esconderse el sol, y aquello le aterraba. A su vera, su marido; un hombre bonachón que padecía por su sufrimiento, pero que ignoraba la magnitud de aquel dolor; nadie podía comprenderlo.

          Así, entre pinchazos e hinchazones, transcurrían los días y se lamentaba por las noches, incapaz de hacer lo único que podría aliviarla, lo único que acabaría con todo aquello para siempre. En ocasiones, se imaginaba con un cuchillo en su mano, dispuesta a acabar ella misma con aquel calvario, pero su cobardía, la misma que le impedía poner punto final a todo, evitaba que hiciera una locura que llenaría inevitablemente de sangre y pus todo el cuarto.

          Otra noche más y otra nueva excusa. Las horas transcurrían y el alba amenazaba con alzarse y ella, insomne, lloraba, rabiaba de dolor y maldecía su cobardía. Dormir se había convertido en un lujo demasiado caro, el calor se cebaba con ella en la calma, el dolor la mantenía en vela.

          Ocho horas de trabajo en el infierno, sentada, sufriendo, padeciendo en silencio, en una silla que se asemejaba a un cactos o a un puercoespín; con el calor asfixiante incordiándola y el grano punzante irritándola sin remedio.

          ¿Cuántas veces más aguantaría aquel padecimiento? ¿Hasta cuándo cedería ante su pavor? No parecía dispuesta a ponerle fin, debía soportarlo, era fuerte, debía soportarlo.

           Una madrugada, llegó el momento anhelado, explotó; los pájaros cantaban de nuevo, el sol brillaba con más fuerza que nunca, la vida le sonreía. Fue una noche fantástica y un día superior, pero en el fondo, en su conciencia más inconsciente, sabía que no duraría, que no sería eterno, que aquello, no era la solución.

          El temor había ganado una nueva batalla, pero no la guerra; se sentía fuerte, aliviada y descansada, llena de coraje y valor, quizás esta vez ponga fin al furúnculo que se empeña en amargar su existencia.


El Color del Arcoíris
Cuenta la leyenda que sentado sobre sus propias rodillas, la deidad creadora del cielo y la tierra se encontraba triste. La humanidad carecía de los valores que les otorgó en su creación y se encontraba incapaz de hacerles recapacitar, no encontraba fórmula alguna de recordarles que todo, el sol y la luna; el mar y los ríos; las plantas y los animales… debían ser respetados como ellos mismos.
Las civilizaciones se sucedían a medida que el caos dominaba el mundo. El ego del hombre se había apoderado de él mismo; el orgullo les convertía en seres incapaces de aceptar u ofrecer una disculpa; la imaginación, el instrumento más poderoso de los que les había otorgado, creada como alimento del alma, había mutado a un arma de destrucción masiva, funcionando día y noche con objeto del beneficio propio.
Cuando las eras del hombre se habían sucedido repetidamente, una idea comenzó a madurar en la mente del creador. Un símbolo podría bastar para aplacar la ira del hombre y así, hacerle recordar que la vida es un regalo que debe valorarse y ser digno de aprecio y admiración. Debería ser algo hermoso y efímero, incapaz de ser reproducido por los que se habían tornado seres banales y egocéntricos… Ya que el tiempo no era considerado un obstáculo, fue madurando la idea que comenzaba a brotar; pudiera ser que un haz de luz, mezcla perfecta de la lluvia y el sol, les recordara que hay algo más allá de sus caprichos y sus deseos, que la belleza del mundo que habitan es infinita y que, si bien debían disfrutar el don de la vida que les había sido otorgado, cuidar de la creación y su delicada hermosura divina era su deber más sagrado.
Y así, cuando las nubes nos bendicen con su aguacero y el sol tímido, se vislumbra entre las nubes, un haz de colores nos deleita recordándonos el sutil equilibrio que nos rodea.
Cuento presentado en el I Concurso de Microcuentos de la Diversidad.

LA LLAMARON VENUS
Nacida de una amapola comenzó a batirse en duelo con la vida desde el primer momento. Abandonada cuando no era más que una larva latente, cuando el momento de la eclosión aún era lejano, todo el pueblo supo que sería una valerosa guerrera, dispuesta a pelear desde el alba hasta el ocaso de sus días.
En primavera, con la celebración a medio preparar, un tulipán comenzó a vapulearse violentamente; el momento había llegado. Miles de pétalos comenzaron a deshojarse mágicamente, convirtiendo el cielo en un pintoresco espectáculo y cubriendo el suelo de una colorida alfombra de fragancia embriagadora. El ciclo había llegado a su fin; tras nueve semanas de gestación, las primeras antenas comenzaban a asomar de las marchitas y flores.
Todos los hijos de las flores revoleteaban inquietos, curioseando y aprendiendo raudos las posibilidades que el mundo les brindaba. Únicamente uno parecía resistirse a abandonar el oloroso núcleo que le albergaba; sólo un guerrero permanecía incubado. El pueblo comenzaba a murmurar; unos temían el poder que poseería aquel gladiador, otros indagaban aleteando a su alrededor. Las papaveráceas albergaban tradicionalmente a la próxima generación de lidiadores. La leyenda decía que cuanto más tardío fuera su alumbramiento, mayor sería la furia de éste en el campo de batalla.
El ocaso cubrió el bosque y el futuro temible guerrero continuaba sin mostrar evidencias de vida, cada hora que se sucedía alimentaba el temor del pueblo de haber perdido al único huérfano que la historia les había otorgado. Una antigua profecía describía que un Kontni an flè, nombre que la raza había recibido en la antigüedad por ser “nacidos de las flores”, albergado entre pétalos carmesí, sería abandonado en el momento de su concepción; el pueblo sería su padre, guerrero y temeroso de Bondye, la deidad de los Kontni an flè;  su madre, la naturaleza y el firmamento, savia e inmensa. Este guerrero sería el salvador definitivo del pueblo, nunca volverían a sentirse desvalidos, su luz les iluminaría y guiaría eternamente.
En medio de la oscuridad más cerrada, cuando las estrellas y luna brillaban altivas en el firmamento, un estruendo perturbó el letargo nocturno de cuantos habían conseguido conciliar el sueño. Todos alzaron las antenas y permanecieron avizores, temerosos de que un ataque se cerniera, a modo de emboscada, sobre ellos. Un nuevo temblor desquebrajó la tierra bajo sus pies, un resplandor cegador les obligó a esconder la mirada bajo las alas y un alboroto general, sembró el caos en el poblado.
Kuahiri, una Kontni an flè nacida de un rosa blanca, ancestralmente destinados a la enseñanza, fue la primera en descubrir que la amapola había florecido. Un haz de luz se dirigía velozmente con destino a las estrellas. Algunos, creyentes y supersticiosos, temían que el apocalipsis hubiera llegado; otros preparaban el recibimiento de Bondye, quién sin duda regresaba al bosque para guiarles y orientarles; la mayoría no pensaba, no hablaba, sólo observaban, absortos en tal espectáculo, mezcla de magia y tradición. Ninguno estuvo en lo cierto, ninguno podía haberse figurado que la profecía se cumpliría esa misma noche, de un modo tan inimaginable, tan espectacular y tan sorprendente
Una esfera rosa palo, con antenas de mil colores y grandes alas transparentes salió despedida fundiéndose con aquel rayo de la vida o de la muerte. Era el guerrero más físicamente fabuloso que en ningún tiempo la raza había engendrado, sin duda, el augurio, cobraba vida antes sus ojos.
-                 - Ha regresado al regazo de su madre. – Murmuró Kuahiri.
El guerrero que por siempre les guiaría había cumplido el vaticinio resultándose  el astro más brillante del manto estrellado. Se convirtió en la guía del perdido, el consuelo del angustiado y la compañía del que vivía en soledad; su brillo reconfortaba a los heridos, fortalecía a los débiles de espíritu y animaba a los más apáticos del reino. Mucho se dudó sobre su procedencia, más aún sobre su bautismo; pero observándola orgullosa en el infinito, las dudas desaparecían y reinaba nuevamente el consorcio y la unidad, de una casta temerosa que no volvió a tener miedo. Recibió el nombre de Venus.
Para nosotros, un cuento que narrar a los niños antes de dormir, para los Konti an flè la historia de cómo la profecía se cumplió y nunca volvieron a sentirse solos en la inmensidad del universo.

9 comentarios:

  1. q bonito el segundo, m enknta!
    Sandra, Jaen.

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  2. hahahaha! crei q eran almorranas!
    Sandra, Jaen.

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  3. Ese grano punzante tiene que desaparecer para siempre , muy bien relatado

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  4. No intentes fibrolizar con temas tan triviales como el de un grano mas o menos infectado; tu sensibilidad, tu exquisita sensibilidad, incluso a la hora de hablar de sangre y fístulas pulurentas, no te lo permite.
    Enhorabuena por cada linea y cada verso y, gracias por cada uno de ellos.

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  5. Jolines, ¡muchas gracias! Me he quedado sin palabras al leer tu comentario, y eso que mi sueño es ganarme la vida con ellas ;-)
    Muchas gracias, de corazón.

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  6. Juventino (México)8 de octubre de 2010, 6:59

    Héme aquí visitando tu hermoso blog.
    ¡Felicidades! No te voy a perder de vista

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  7. ¡Gracias Juventino!
    Espero estar a la altura...

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  8. Querida Nery:
    Te quiero comunicar que tu entrada en nuestro blog es una de las más visitadas. Tienes un carisma excepcional. ¡Te felicito!
    Con afecto y admiración:
    Arturo Juárez Muñoz

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  9. ¡Muchas gracias Arturo!
    Espero impaciente para leer cada uno de los poemas de la segunda ronda del certamen.
    Un saludo

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